jueves, mayo 17, 2012

Fragmento de una vida

Por Miguel Ángel Ríos Bravo


Gran parte de nuestra vida estaremos rodeados de personas con las cuales conviviremos a diario, desde compañeros de escuela hasta compañeros de trabajo, sin embargo, cuántas veces nos hemos preguntado ¿por qué tal persona es así? o ¿le pasará algo? Yo creo que muy pocas veces o nunca.Simplemente vemos sus rostros pero no su alma, no pretendo que se confunda a que debemos meternos en la vida de los demás y averiguar su pasado, solo que deberíamos hacer una pausa en nuestras vidas y pensar en el otro.


Un ejemplo de un rostro visto por muchos pero realmente conocido por pocos, es una persona de cuyo nombre ahora no revelaré, pero que como todos no siempre la ha pasado bien.
Y si están de acuerdo me tomaré la libertad de contar su historia, ya que el protagonista de ésta ha aceptado “abrirse” solo para ti.

Este personaje tiene ilusiones, sueños, realidades, amores, desamores, ambiciones, locuras, etc, creo que como tu las tienes, pero con un ligero detalle.

Al principio de su niñez todo marchaba bastante normal, hasta que su madre decide marcharse de casa con él y con su hermano, mientras su padre se encontraba trabajando. Este capítulo es un poco confuso para él, ya que al tener escasamente 4 años no entendía lo que sucedía, pero de lo que sí está seguro es que extraña a morir a su padre con el que no recuerda convivir, no porque su padre no lo hiciera, sino porque él no lo recordaba.

Al pasar lo meses ya con sus padres separados, comienza por fin a entender la situación que estaba viviendo hasta el punto de guardarle por un momento cierto rencor a su mamá y su hermano mayor fungiendo a la vez como padre, confidente y “ángel de la guarda”.

Los años continuaban y el chico seguía creciendo, pasaba cada fin de semana en casa de su padre, todo parecía estabilizarse hasta cierto punto, sino fuera porque lo bombardeaban ambos progenitores hablando mal el uno del otro. Estas discusiones fungiendo él como intermediario le fue mermando la autoestima, llegando a creer que el mismo chico había sido el culpable de la separación de sus papás.





Superando por momentos ese pasaje de su vida que no fue el más difícil, abordaré cuando cursaba la primaria.






La mañana del 27 de marzo de 2001 comenzó como cualquier otra, hasta que su hermano mayor de nombre Gerardo, llamado como su padre, discutía con su madre por un tema que al no ser relevante no será recordado, la discusión subía de tono, su hermano mayor sale de la casa en su auto con rumbo desconocido. Por la tarde noche éste regresa y planea asistir a una fiesta, ella (la mamá) le insiste en que no vaya porque estaba lastimado de una pierna y no podía manejar bien. Él de todas formas se va y le pide prestado al chico un suéter que le gustaba mucho.
                                                                                   
Transcurren las horas y se acerca uno de los golpes que siguen y seguirán doliendo en el protagonista.



Les informan a través de una llamada que el hermano mayor sufrió un accidente que le arrancó la vida, y la esperanza y las ganas de vivir al chico protagonista. A pesar de tener escasos doce años es fuerte para que su madre no se desmorone más. Existen sentimientos encontrados: confusión, impotencia, ira, pero sobre todo dolor que es indescriptible. El siente como si una parte de él se hubiera desvanecido al partir su hermano.

Sufre de culpas, sufre de peleas continuas culpándose los padres por el deceso de su hijo, él no ve salida y se ve obligado a días después continuar en la escuela.






En la escuela recuerda que todos lo miraban y le daban el pésame, sin embargo cada que alguien le tocaba el tema, quería gritar de rabia y sólo quería huir de ahí.





Escuchaba que algunos maestros especulaban y hacían chismes diciendo que su hermano conducía en estado etílico, cuando no era cierto, al oír eso se llenaba de rabia y quería golpearlos, pasarles un poco de el dolor que él sentía para que ellos también sufrieran.









En los recesos se aislaba en un salón a llorar en silencio buscando fallidamente mitigar su dolor.
Todo lo que veía a su alrededor le recordaba lo mucho que le faltaba su cómplice, su complemento, simplemente… su hermano.
Su familia completa no lo puede creer, inclusive se une más, familiares que no se hablaban, comienzan a hacerlo. Sus padres liman asperezas, no regresan, pero la relación entre ellos es más cordial por el bien del hijo que sigue en la tierra.




Mientras tanto los días pasan y el jovencito sabe que no tiene que dejarse caer, porque ahora él a su escasa edad tenía que ser el “hombre de la casa” y sostener también el dolor sobre sus hombros.
Cada noche no dejaba de soñar en ese momento que lo marcó para toda su vida, cada noche que su madre derramaba lágrimas, él sentía que quemaban su piel con el recuerdo de su hermano y se veía obligado a contener las suyas por el bien de todos.

Sin embargo este trago amargo le sirve para darse cuenta de sus verdaderos amigos,  porque de quien no esperaba nada, estuvieron todos los días llamándole y preocupándose por él y por su madre, que no encontraba tregua ni reconciliación con el dolor, a pesar de “levantar una bandera blanca”, en señal rendición.

Aunque el jovencito no la dejaría rendirse, ni agachar la cabeza nunca, el día del funeral, él le dijo una frase que ella nunca olvidaría y que hasta el día de hoy ha sido su lema de vida: “mamá, a partir de hoy los dos vamos a salir adelante, sin importar lo que pase”. En ese momento vieron una luz al final del túnel con Dios como guía.

Y gracias al esfuerzo de ambos y al apoyo de su familia, ellos siguen adelante y pelean codo con codo por las olas traicioneras de la vida.



Pero de lo que sí está seguro este joven que no la ha pasado del todo bien es que tú eres su cómplice también y que él quiere abrir por completo su corazón.
El verdadero protagonista es el mismo autor de ésta historia.
Mi nombre es Miguel Ángel Ríos Bravo, tengo 22 años y te mentiría si te dijera que no extraño a mi hermano, en realidad lo hago cada segundo de mi vida, pero sé que él nos cuida desde el cielo y que si pudiera estar vivo me diría que no le llore, mejor que le eche ganas a todo lo que haga y nunca me deje vencer por nadie ni nada.





Muy pocas personas conocen esta parte de mi vida, y al contarla no pretendo que me tengan lástima, sino que te identifiques conmigo, que como yo, tú y todos tenemos cosas difíciles que vivir y no importa cuántas veces caigas, sino cuantas te levantes para procurara no caer.




Todos tenemos una historia, ¿cuál es la tuya?

Te agradezco que me hayas regalado un poco de tu tiempo y hayas aceptado ser mi cómplice.

Y si a ti te conté mi historia, es porque te considero especial.







No hay comentarios:

Publicar un comentario