Por: Phanie
Cierta noche de hace ya algunos
años, me encontraba en una reunión familiar, aunque cabe destacar que también
estaban presentes algunos amigos de mi hermano y míos.
Como es de esperarse, a la edad
de 11 años no quieres escuchar pláticas de adultos o cuidar al niño más pequeño
de la familia y entre el aburrimiento, ya como a eso de las 9 de la noche, surgió
la idea de subir a la habitación a contarnos historias tenebrosas y de miedo, típico
y emocionante a esa edad, pero… no sabíamos ni imaginábamos lo que nos esperaba…
Así lo hicimos, pedimos permiso
mi hermano y yo para subir con nuestros amigos y primos al cuarto, decidimos
apagar todas las luces y sentarnos en círculo sobre la cama, todos muy
juntitos, ya con miedo sin haber empezado con las historias, pero tan solo el
escenario ya provocaba esa sensación de vacío en el estómago.
Al principio nadie sabía qué
contar, los hombres nos decían a las mujeres que mejor nos fuéramos porque íbamos
a chillar, pero, nadie sabía o recordaba una historia temerosa, por lo tanto
entre risas y el característico, ¡ya, que
alguien cuente algo!, de pronto, el
silencio era abrumador, pues ni la música, ni las risas, ni las voces de la “reunión”
se escuchaban, era extraño pero no era algo que nos preocupará.
Finalmente un amigo comenzó a
contar su supuesta historia de terror, que lejos de darnos miedo, nos estaba
dando risa, pero de nervios, no era que la historia fuera terrorífica, el sitio
realmente nos estaba incomodando, todos comenzamos a sentir una vibra extraña,
algo no estaba bien.
De repente… ya todos estábamos encimados
y abrazados, pegados a la cabecera de la cama, y, observábamos por las rendijas
de la puerta como la luz del exterior, que por cierto habíamos apagado, se
apagaba y prendía una y otra vez, no sabíamos que pasaba afuera porque nos habíamos
encerrado.
De pronto alguien dijo, seguro es
alguien que nos quiere asustar, otros comenzaron a espantarse realmente y había
quienes fingían no tener miedo pero la verdad es que estaban aterrados, como
yo.
No nos separamos ni un momento,
nadie se atrevía a levantarse de la cama, cuando sorpresivamente, la puerta se abrió
lentamente, esperábamos ver a alguien pero… no había nadie ahí, muchos
comenzamos a llorar y a gritar, pero parecía que nadie nos escuchaba, parecía
que realmente estábamos solos.
La puerta se cerró, los más
grandes trataban de calmar a los más chicos, y, como nos habían dicho, las
niñas llorábamos y llorábamos, aunque no sólo las niñas eh, pero pues ya estábamos
ahí, ya menos queríamos salirnos del cuarto, ni pensar en bajar un solo pie de
la cama.
Parecía ya estar todo normal, veíamos
todo a nuestro alrededor, pero sin luz en la habitación, la visibilidad era
casi nula, repentinamente, un pijamero que mi mamá siempre tenía colgado en la
pared, en forma de osa color rosa y con ojos verdes limón, comenzó a
balancearse, nadie podía estarlo moviendo, no había ya para eso explicación, no
entraba ninguna corriente de aire, nadie estaba cerca de él y no dejaba de
moverse, al principio fue lento, después era muy rápido.
Ya nadie estaba bien, todos nos encontrábamos
muy alterados y asustados, llorábamos, gritábamos y añorábamos ver a nuestros
papás en la puerta de la habitación, pero no era así, nadie nos escuchaba,
nadie subía a nuestro rescate.
Hasta que el más grande de los
que estábamos propuso salir corriendo e ir hasta la planta baja, donde estaban
aquellos adultos con los que no queríamos estar y eso hicimos, correr, todos al
mismo tiempo que chocábamos unos con otros.
Al llegar con mis padres y tíos
los notamos como si nada, normal, en su reunión, con sus platicas, al vernos
llorando a todos y desesperados nos preguntaban qué pasaba y el más grande
conto como pudo la escalofriante anécdota, los adultos se sorprendieron
bastante y juraron que ellos no habían hecho nada, que sólo se había ido la luz
por unos momentos, pero que ninguno había subido y que mucho menos había jugado
con la luz o abierto la puerta y de la osa mejor ni hablamos, para eso no hay explicación
alguna.
Al decirles que estuvimos
gritando muy fuerte y preguntarles por qué no habían subido, sólo contestaron
que en ningún momento escucharon un solo grito.
La osa por supuesto convencí a
mama de tirarla a la basura, pues pasada la historia no me gustaba verla aun en
mi casa. Para mí, esta anécdota será por siempre un gran misterio, pues hasta
el punto de la puerta, pudo haber sido una broma, pero el movimiento de la osa…
no lo creo.
Espero te haya gustado esta anécdota
que marco mi vida.
Gracias y saludos.
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