martes, mayo 29, 2012

Una visita escalofriante


Por: Phanie

Cierta noche de hace ya algunos años, me encontraba en una reunión familiar, aunque cabe destacar que también estaban presentes algunos  amigos  de mi hermano y míos.

Como es de esperarse, a la edad de 11 años no quieres escuchar pláticas de adultos o cuidar al niño más pequeño de la familia y entre el aburrimiento, ya como a eso de las 9 de la noche, surgió la idea de subir a la habitación a contarnos historias tenebrosas y de miedo, típico y emocionante a esa edad, pero… no sabíamos ni imaginábamos lo que nos esperaba…

Así lo hicimos, pedimos permiso mi hermano y yo para subir con nuestros amigos y primos al cuarto, decidimos apagar todas las luces y sentarnos en círculo sobre la cama, todos muy juntitos, ya con miedo sin haber empezado con las historias, pero tan solo el escenario ya provocaba esa sensación de vacío en el estómago.

Al principio nadie sabía qué contar, los hombres nos decían a las mujeres que mejor nos fuéramos porque íbamos a chillar, pero, nadie sabía o recordaba una historia temerosa, por lo tanto entre risas y el característico, ¡ya, que alguien cuente algo!,  de pronto, el silencio era abrumador, pues ni la música, ni las risas, ni las voces de la “reunión” se escuchaban, era extraño pero no era algo que nos preocupará.

Finalmente un amigo comenzó a contar su supuesta historia de terror, que lejos de darnos miedo, nos estaba dando risa, pero de nervios, no era que la historia fuera terrorífica, el sitio realmente nos estaba incomodando, todos comenzamos a sentir una vibra extraña, algo no estaba bien.

De repente… ya todos estábamos encimados y abrazados, pegados a la cabecera de la cama, y, observábamos por las rendijas de la puerta como la luz del exterior, que por cierto habíamos apagado, se apagaba y prendía una y otra vez, no sabíamos que pasaba afuera porque nos habíamos encerrado.

De pronto alguien dijo, seguro es alguien que nos quiere asustar, otros comenzaron a espantarse realmente y había quienes fingían no tener miedo pero la verdad es que estaban aterrados, como yo.

No nos separamos ni un momento, nadie se atrevía a levantarse de la cama, cuando sorpresivamente, la puerta se abrió lentamente, esperábamos ver a alguien pero… no había nadie ahí, muchos comenzamos a llorar y a gritar, pero parecía que nadie nos escuchaba, parecía que realmente estábamos solos.

La puerta se cerró, los más grandes trataban de calmar a los más chicos, y, como nos habían dicho, las niñas llorábamos y llorábamos, aunque no sólo las niñas eh, pero pues ya estábamos ahí, ya menos queríamos salirnos del cuarto, ni pensar en bajar un solo pie de la cama.

Parecía ya estar todo normal, veíamos todo a nuestro alrededor, pero sin luz en la habitación, la visibilidad era casi nula, repentinamente, un pijamero que mi mamá siempre tenía colgado en la pared, en forma de osa color rosa y con ojos verdes limón, comenzó a balancearse, nadie podía estarlo moviendo, no había ya para eso explicación, no entraba ninguna corriente de aire, nadie estaba cerca de él y no dejaba de moverse, al principio fue lento, después era muy rápido.

Ya nadie estaba bien, todos nos encontrábamos muy alterados y asustados, llorábamos, gritábamos y añorábamos ver a nuestros papás en la puerta de la habitación, pero no era así, nadie nos escuchaba, nadie subía a nuestro rescate.

Hasta que el más grande de los que estábamos propuso salir corriendo e ir hasta la planta baja, donde estaban aquellos adultos con los que no queríamos estar y eso hicimos, correr, todos al mismo tiempo que chocábamos unos con otros.

Al llegar con mis padres y tíos los notamos como si nada, normal, en su reunión, con sus platicas, al vernos llorando a todos y desesperados nos preguntaban qué pasaba y el más grande conto como pudo la escalofriante anécdota, los adultos se sorprendieron bastante y juraron que ellos no habían hecho nada, que sólo se había ido la luz por unos momentos, pero que ninguno había subido y que mucho menos había jugado con la luz o abierto la puerta y de la osa mejor ni hablamos, para eso no hay explicación alguna.

Al decirles que estuvimos gritando muy fuerte y preguntarles por qué no habían subido, sólo contestaron que en ningún momento escucharon un solo grito.

La osa por supuesto convencí a mama de tirarla a la basura, pues pasada la historia no me gustaba verla aun en mi casa. Para mí, esta anécdota será por siempre un gran misterio, pues hasta el punto de la puerta, pudo haber sido una broma, pero el movimiento de la osa… no lo creo.

Espero te haya gustado esta anécdota que marco mi vida.




Gracias y saludos.

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